¿Cómo puedo dejar de sentir rencor?

El rencor es una emoción de rabia que se ha quedado estancada. En su momento sentimos un enfado que no pudimos expresar, o tal vez si lo expresamos pero no del modo que necesitábamos para superarlo o terminar su ciclo en nosotros. Esta rabia surgió cuando alguien concreto dijo o hizo algo que sentimos injusto u ofensivo en relación a nosotros o respecto a otra persona que nos importa. También puede ser que no hiciera o dijera algo que sí esperábamos, con lo que nos quedamos igualmente resentidos por ello.

 

En otras ocasiones aquello que nos dolió no fue por causa de ninguna persona en concreto, sino que fue una circunstancia en las que nadie tuvo ninguna responsabilidad: un accidente, una enfermedad, el descuido de un niño, una pérdida repentina, etc. Ante esta indefensión generamos un rencor diferente al anterior ya que quedo éste generalizado sobre la vida, sobre el destino o sobre Dios, según como prefiramos llamarlo dependiendo de cuáles sean nuestras creencias. De aquí las típicas frases de "la vida es dura" o "si Dios fuera existiera y fuera bueno no permitiría que sucedieran estas cosas". De todas formas, en muchas ocasiones esta decisión de no responsabilizar a nadie es más un autoengaño que una realidad. Es frecuente que quien nos lastimó haya sido alguien a quien amamos o respetamos intensamente, y ante el malestar de reconocer lo que nos ha hecho esa persona podemos preferir disfrazar los hechos culpabilizando a las circunstancias.

 

Todo rencor conlleva una herida en nuestro corazón que suele ser doble: por aquello que nos ha pasado y no queríamos que sucediera, y porque no pudimos expresarnos plenamente como necesitábamos en aquel momento. A lo mejor después de experimentar lo ocurrido pudimos desahogarnos llorando, o hablando mal con los demás de quien nos dañó, o incluso optamos por vengarnos de algún modo. Pero nada de todo esto es nunca suficiente ni conveniente respecto a nuestro objetivo de convertir dicho rencor en aceptación. También hay quienes ante el daño recibido deciden no contárselo a nadie ante su temor de ser rechazados o por miedo de no sentirse comprendidos. Esta forma de proceder es aún peor que la anterior porque al actuar así se niega la exteriorización de las emociones, con lo que aún se volverán más poderosas en el inconsciente generando consecuencias más graves todavía.

 

Igualmente, tanto si nuestro dolor sufrido es reconocido, contado y expresado como si es silenciado, a no ser que lo trascendamos nos mantendrá con una etiqueta autoimpuesta de que "somos una víctima". Desde esta etiqueta nos sentiremos muy desafortunados o nos veremos tentados a utilizarla para conseguir de los demás algo con ello, por ejemplo que nos sientan lástima y nos consientan o que se impliquen más en nosotros. Hay quien logra desde su victimización tanto poder sobre los demás que luego después le cuesta horrores desprenderse de dicho poder, por lo que acaba identificándose todavía más con este rol de víctima anulando con ello otros aspectos de su ser.

 

El problema es que toda victimización nos genera la fantasía tóxica de que se nos debe algo, y unas veces buscamos ese algo en aquella persona que responsabilizamos directamente, pero otras veces somos capaces de aprovecharnos con ello de cualquiera a quien podamos provocarle lástima o que se sienta culpable. Están los que sienten que se le debe un reconocimiento especial como si su sufrimiento fuera mucho más injusto que el de todos los demás. Luego está el que considera que merece una recompensa en forma de compensación. Otro tipo de fantasía es el deseo de que a esa persona le pase lo mismo que le ha hecho, que lo viva en su propia piel y que experimente el mismo dolor que le ocasionó. Los hay todavía más enfadados cuando le desean a quien les hirió que le vaya fatal el resto de su vida en todas sus áreas y facetas. Y la última fantasía es la sed de venganza, imaginar constantemente como se podría vengar uno del otro lastimándole directamente o incluso a través de sus seres queridos. Es tal el derecho que podemos llegar a sentir sobre los demás por lo que nos hayan hecho que nuestra imaginación no tiene límites. Y además perpetuamos en el tiempo estos sentimientos y creencias completamente convencidos de ello.

 

Cuando no somos capaces de desearle felicidad a quien nos lastimó, o cuando consideramos que merecemos recibir algo a cambio de nuestro dolor, en ambos casos tenemos evidencias claras de que lo que nos pasa es que estamos sintiendo rencor. Y este rencor condicionará nuestra vida y nuestro propio bienestar en mayor o menor grado según sea su intensidad y al valor que nos demos por el hecho de considerarnos víctimas. Nos cuesta creer que el sufrimiento pasado no nos da derecho a nada. Además, todo derecho que nos demos ante ello terminará volviéndose en nuestra contra porque nos volverá más crueles, más insensibles y más tóxicos con personas incluso que sean completamente inocentes de lo que nos haya pasado.

 

Esto no significa que debamos dejarnos lastimar por todo el mundo. Por supuesto, tenemos derecho a defendernos, a poner límites y a utilizar nuestra rabia de un modo sano para hacernos respetar. Para ello tenemos la asertividad, que es nuestra capacidad de confrontar y de expresarnos de modo que nos sintamos dignos y en igualdad ante los demás. Ir más allá de esto ya no es ser asertivo, sino vengativo y castigador. Podemos castigar con nuestra ausencia, con nuestros silencios, con nuestras miradas o con nuestras escusas de modo sutil, o con nuestras mentiras y nuestra violencia verbal o física de modo más evidente. La cuestión es que si optamos por castigar nos haremos la misma cantidad de daño a nosotros mismos porque todo castigo que nace desde el rencor repercute bidireccionalmente.

 

También existe, como empezamos a nombrar antes, un tipo de perfil de personas que cuando alguien les ofende o les daña prefieren culparse a sí mismos, sentir que lo que les ha pasado se lo merecían y exagerar su parte de responsabilidad. Así evitan el malestar de sentirse víctimas pero lo cambian por la culpa, y ésta como emoción puede llegar a ser mucho más destructiva que la anterior cuando se la sobredimensiona. Sea cual sea nuestra mayor tendencia, la de victimizarnos o la de culpabilizarnos, si no somos capaces de trascender ambos sentimientos, manejarán nuestra vida desde nuestro inconsciente como si fueran los hilos y nosotros una simple marioneta.

 

Realízate las siguientes preguntas: ¿eres capaz de desearle a todas tus exparejas que sean felices y que les vaya bien en su vida o sientes que te deben algo todavía para que puedas desearles lo mejor?, ¿qué te gustaría que les pasara a tus jefes actuales o a los jefes que tuviste en el pasado?, ¿y aquél vecino que tanto te perjudicó o te sigue perjudicando en el presente?. Y sobre aquellos niños o niñas que de pequeño se metían tanto contigo, te pegaban y te humillaban gratuitamente, ¿te gustaría descubrir que no les ha ido bien en su adultez?. Según las respuestas que te surjan visceralmente sin poner el filtro mental en ello porque es muy sencillo autoengañarse, podrás descubrir si les estás guardando todavía rencor.

 

Pero tu mayor reto será siempre tu familia, tus progenitores y aquellas personas que te hicieron de padre o madre en el caso de que no fueran los mismos. ¿Sientes que te deben algo?, ¿esperas reconocimiento, disculpas o algún tipo de compensación?. De niños sufrimos las que fueran sus carencias, sus excesos y sus puntos ciegos. Pero son a la vez quienes que nos dieron la vida y nos cuidaron, con lo que si no fuera por ellos no estaríamos ahora vivos. Todo rencor que te quede por sanar respecto a tus padres lo reproducirás con el resto de individuos con los que te vincules: con tu pareja, tus compañeros de trabajo, tus jefes, tus hermanos, tus amigos y lo que es peor, con tus hijos. Éstos aprenderán a tenerte miedo o a no respetarte colocándose por encima de ti, como señal para que te des cuenta de que todavía no has sanado tus heridas con tus padres y con tu árbol familiar. Tus padres son tus raíces biológicas y psicológicas, por lo que si les guardas rencor en tu corazón contaminarás con este mismo sentimiento el resto de vínculos que generes posteriormente.

 

El objetivo final es romper todo sentimiento de ser víctima tanto respecto a personas concretas como a situaciones traumáticas que puedas haber vivido, ya que todo ello influye en tu nivel de confianza con la vida. Ahora viene la gran pregunta: ¿cómo se logra esto?, ¿cómo puedo limpiar de rencor mi corazón después de todo lo mal que me lo han hecho pasar incluso las personas que se suponía que más me tenían que querer?. A continuación te doy las claves pero con la consciencia de que no siempre será sencillo y que, además, te supondrá un proceso que será para toda la vida.

 

La primera clave es sembrar compasión. La compasión es la emoción que nos permite volvemos conscientes de que el malestar que nos haya generado la otra persona no nació de su maldad, sino que nació desde su inconsciencia. Todos los seres humanos lo hacemos en la vida lo mejor que podemos y sabemos desde nuestro nivel de consciencia y los recursos que disponemos para gestionar nuestras emociones. Por consiguiente, detrás de todo acto cruel y desconsiderado lo que se esconde detrás es o bien un temor muy profundo e irracional a lo desconocido, o un dolor emocional que no se sabe cómo gestionar, o una lealtad inconsciente al pasado familiar y lo que no pudo resolverse en éste. Desde nuestra inconsciencia nos hacemos mucho daño a nosotros mismos y se lo hacemos también a los demás a partir de nuestros miedos. A esto se añade nuestra dificultad de darnos cuenta de las consecuencias reales que tienen nuestros actos cuando vivimos tan ofuscados con nosotros mismos y lo que nos pasa que se nos vuelve imposible mirar un poco también a los demás y lo que nuestro victimismo les puede perjudicar.

 

Si convertimos dicha emoción de compasión, que todos alguna vez en la vida la hemos experimentado, en una actitud y en un modo de vivir, lograremos soltar nuestros mayores resentimientos y avanzar consciencialmente. Desde la compasión cambiamos nuestra mirada respecto a esa persona que nos agravió y le liberamos de toda deuda. Con ello conseguimos simultáneamente liberarnos a nosotros mismos, que es lo que más importa, de seguir bloqueando nuestro amor y nuestra confianza innata con la vida por algo que ya pasó y quedó lejos.

 

La segunda clave es romper la fantasía de deuda, y de que por haber sido lastimados, la vida u otras personas nos deben reconocimientos, disculpas, compensaciones y pagarlo a través de nuestras venganzas o nuestros deseos destructivos. Insisto, el sufrimiento no nos da derecho a nada que no sea otra cosa que la de aprender y crecer interiormente. Es así como rompemos el poder real o fantaseado de sentirnos víctimas. Y no sólo nos lo agradecerá esto nuestra salud y nuestra alma, sino también las personas con quienes convivimos de modo más o menos cercano. La vida nos da a cada momento aquello que necesitamos para evolucionar sin ningún interés irónico de burlarse de nosotros o de hacérnoslo pasar mal gratuitamente. Gracias a esta comprensión sintonizamos con ella sintiéndola como nuestra aliada y no como nuestra enemiga.

 

Y como última clave está tomar nuestra parte de responsabilidad. Excepto en aquellas heridas emocionales que padecimos de más niños y en alguna que otra excepción durante nuestra adultez, en el resto de casos, como adultos, tendremos una parte de responsabilidad por pequeña que sea sobre lo que nos haya ocurrido. Si una expareja nos trató mal durante años, nos toca responsabilizarnos por haberlo consentido y no alejarnos antes. Si nuestro jefe nos tiene manía, algo deberemos haber hecho cuando el resto de compañeros de trabajo han logrado llevarlo mejor. Si nos hemos enfermado, tal vez no hemos cuidado bien de nuestro cuerpo y nuestra salud. O tal vez hemos consentido que nuestras propias emociones no expresadas nos hayan llevado a enfermar, ya que la mayoría de síntomas físicos surgen desde nuestras emociones tóxicas no digeridas como por ejemplo el rencor.

 

Con lo de buscar nuestra parte de responsabilidad no me refiero a culpabilizarnos porque tampoco esto aporta. La gran mayoría de experiencias que nos suceden las atraemos nosotros por nuestra forma de pensar y de reaccionar ante lo que no nos gusta o nos duele. Y el rencor es un factor muy atrayente para que nos termine sucediendo más de lo mismo.

 

Si se quiere se puede liberar uno del rencor aunque a veces resulte muy lento o muy doloroso. La recompensa final vale la pena y lo contrario ya lo conocemos: vivir congelados y medio ausentes, o malhumorados permanentemente por lo injusto que nos parece todo. ¿Qué decides?.

Versión para imprimir | Mapa del sitio
© Espacio Aquí y Ahora