Los tres factores que nos estancan en el sufrimiento:

El dolor emocional es la reacción natural que experimentamos ante algo que nos sucede y que no es de nuestro agrado. Puede tratarse de un dolor leve si hablamos de una ligera frustración, puede ser un dolor intermedio o puede ir más allá hasta convertirse en un dolor desgarrador, si repercute directamente sobre lo que consideramos más representativo o valioso de nuestra vida. Nos duelen especialmente las pérdidas, cuando algo muy preciado para nosotros o alguien a quien amamos mucho ya no está presente para nosotros. Nos duelen por supuesto las frustraciones, al darnos cuenta de que aquello que deseábamos tanto se escapó de nuestro alcance. Nos duelen los traumas, ante las experiencias en las que hemos temido perder la vida o sufrir un daño irreparable. También nos duele si por nuestra acción o decisión se lo hemos hecho pasar mal otra persona. Y nos duele el no asumir nuestros errores y la responsabilidad ante nuestros actos, ya que a nuestro inconsciente no le podemos engañar ni con escusas ni con el olvido.

 

Luego después está el sufrimiento como sentimiento, que es completamente diferente a lo anterior a pesar de que en la mayoría de ocasiones nos cueste diferenciarlo. Sufrimos desde nuestra resistencia consciente o inconsciente a experimentar nuestro dolor genuino por el temor de que éste nos abrume o nos supere. Pero los verdaderos factores que nos estancan en nuestro sufrimiento son mucho más profundos, y cada uno tiene su complejidad especial.

 

El primero de ellos es el miedo a revivir emociones del pasado. Ante algo desagradable que nos resulta novedoso experimentaremos unas emociones de las que no podremos escaparnos porque nos resultarán sorpresivas, es decir todavía no habremos desarrollado los recursos para evitarlo. Sin embargo, esto sucede únicamente en la niñez y en la adolescencia. Todo adulto ya ha pasado por experiencias anteriores de dolor y por esto ya tiene configurados ciertos mecanismos de huída o de distracción. Se puede uno escapar de la experiencia de duelo ante una pérdida negando los hechos, reprimiendo parte de los sentimientos al respecto o dramatizando la tragedia ante los demás para distraerse mediante un exceso de consuelo. Nos podemos escapar del dolor de una frustración creyéndonos que tampoco nos importaba tanto lograrlo o mantenernos resignados eternamente ante ello. Con los traumas incluso podemos desarrollar una amnesia parcial o completa sobre la experiencia, como si aquello no hubiera ocurrido nunca o sólo hubiera sido un mal sueño. Y lo mismo podemos decir de la culpa tanto si utilizamos ésta para autosabotearnos o si nos escondemos de ella excusándonos o justificándonos.

 

En verdad de lo que huimos no es tanto del daño presente, sino de que se sume a éste el dolor no resuelto del pasado desde la fantasía de que podemos quedar atrapados indefinidamente por estas emociones.

 

El segundo factor es el miedo a la destrucción de nuestras estructuras mentales. Todos tenemos un Ego que es el que determina nuestra manera de posicionarnos y de responder ante el mundo, ante los demás y ante nosotros mismos. Nuestro ego representa nuestras opiniones, nuestros valores, nuestros sistemas de creencias y nuestros personajes internos y externos. Dentro de estos personajes podemos tener la tendencia a interpretar por ejemplo el de rebelde sin causa", el de "mártir", el de "pesimista", el de "orgulloso", el de "enfadado con el mundo", etc. Nuestra preocupación interna ante estos personajes y nuestras estructuras es que si dejamos de creer que eso es lo que somos, conectaremos con un profundo vacío al no saber realmente quiénes somos. También podemos conectar con la consciencia de que lo que creíamos que no éramos en absoluto es en verdad lo que está más presente en nuestra personalidad, y además suele coincidir con lo que más detestamos en las otras personas. Ésta es la causa por la que muchas veces nos agarramos a la mentira que nos hemos construido sobre quiénes creemos ser y de que lleguemos al punto de arriesgar nuestra vida para defenderla.

 

Como último factor nos encontramos con el miedo de sentirnos señalados como desleales por el resto de miembros de los grupos en que formamos parte: la familia, los amigos, el trabajo, nuestro partido político, nuestra religión, etc. Éste es el miedo más arcaico que se puede llegar a experimentar como ser humano. Su origen proviene del terror a ser expulsados de la tribu, ya que en la prehistoria quien eran expulsado moría al poco tiempo por serle imposible sobrevivir fuera del clan. En aquellos tiempos era más importante el pertenecer que incluso el seguir con vida para evitar una muerte segura en soledad, y en muchos más momentos de los que pensamos lo seguimos creyendo igual.

 

Se puede ser desleal a un trabajo o ante los amigos ya que podemos encontrar otros, pero no podemos tener otros padres u otra familia de origen. Así que la familia suele ser el clan por el que lucharemos más insistentemente para sentirnos leales hasta que choquemos con una lealtad superior, que es la lealtad con los antepasados. Analicémoslo con más detalle.

 

Ante el miedo de exclusión respecto a la familia, desde nuestra ingenuidad y falta de consciencia, nos volvemos leales a su sufrimiento. Si vimos a nuestros padres sufriendo mucho haremos lo posible para sufrir como ellos. Así nos sentiremos mas sintonía con sus experiencias de vida y con ello más incluidos en nuestro clan familiar. Por ejemplo, si nuestro padre vivió o sigue viviendo obsesionado con el trabajo, nosotros nos obsesionaremos repitiendo su patrón o desarrollaremos aversión a trabajar. Esta aversión repercutirá igualmente de forma negativa en nosotros, por lo que no deja de ser otro tipo de lealtad al sufrimiento yéndose al otro extremo. Si nuestra madre no pudo formarse para desarrollar su vocación porque se quedó embarazada muy joven se puede hacer igual o al revés, renunciando a ser madre o esperando hasta el último momento con el riesgo de que ya no sea posible. Cualquiera de estas dos soluciones, tanto la imitación o el posicionarse en el otro extremo, conlleva igualmente perpetuar el sufrimiento de los padres sobre el propio destino.

 

También se observa frecuente que si un familiar anterior asesinó, estafó o hizo mucho daño a otras personas, uno o varios descendientes se sentirá tentado a cargar con la culpa que este pariente no asumió para compensar a sus víctimas. En este contexto se trata de una lealtad al equilibrio del clan en general, un equilibrio donde el dolor de las víctimas no reconocidas recae sobre ciertos miembros descendientes de las siguientes generaciones sobre quienes fueron sus perpetradores. Por lo tanto, no sólo somos leales al sufrimiento de los nuestros, sino que también lo somos a las injusticias realizadas y padecidas por los antepasados a pesar de que en muchos casos ni los hallamos conocido o ni siquiera hallamos oído hablar de lo que hicieron.

 

Esta lealtad es el factor más poderoso por el cual nos estancamos en el sufrimiento debido a que contiene los otros dos factores. Nos negamos a afrontar nuestras heridas del pasado y nos negamos a flexibilizar nuestro ego aparentemente por miedo, pero en verdad lo hacemos así porque nos estamos poniendo al servicio de reequilibrar lo pendiente que dejaron quienes nos antecedieron a través de nuestras dinámicas tóxicas. Este servicio se alimenta de nuestro amor, un amor ciego pero amor al fin y al cabo ya nuestra vida proviene de ellos y de sus circunstancias.

 

¿Se puede ser feliz cuando los nuestros han sufrido y han hecho sufrir tanto?. La respuesta es "sí," siempre y cuando les dediquemos nuestra felicidad a ellos también para no sentirnos ni desleales ni insensibles a su dolor. Éste será nuestro modo de amarles con consciencia y el rumbo a seguir para lograr sentirnos con derecho de vivir un destino sin lealtades negativas.

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